Un maestro recién llegado a la escuela pública, lleno de idealismo, osó públicar este comentario, que más de una amenaza le produjo
SIN PERDER EL COMPÁS
DIGNIFICARLA
Lo mismo que existe una medicina preventiva, hay un periodismo preventivo. Por eso, este comentario se va a ir por las ramas, conscientemente, esperando de la parte interesada a quien va destinada, que tenga la piel lo suficientemente fina para captar el aviso que encierra, y ponga remedio al problema que medio se anuncia.
Y quedamos pendientes de un segundo comentario más concreto y contundente.
ERASE UNA VEZ
Érase una vez una lejana ciudad de un lejano país de un lejano planeta. Pero en ese lejano país había niños y escuelas,
Hermosas vacas producían una leche purísima y blanca, hecha de ricos pastos, y de abundantes piensos, cuando la cosa no iba bien (meteorológicamente).
Las escuelas de aquel país, en aquella ciudad, eran escuelas corrientes, con niños corrientes que estudiaban y jugaban sin poner una barrera muy definida que digamos, entre estas dos actividades.
Una hora muy preciada de eses niños era cuando llegaba la hora de saborear la rica leche de las hermosas vacas de la zona. En ordenadas filas iban recibiendo lindos botellines de mano de sus complacientes profesores.
Había gran algarabía y júbilo ante el purísimo líquido. Y algunos niños llevaban de sus casas algún que otro aditamento para hacer más intenso su placer: azúcar, chocolate en polvo, etc.
En fin, una bucólica estampa que paliaba en parte una nada bucólica subalimentación.
Un buen día, un profesor rompió el encanto: les dijo que olieran la leche antes de tomarla, porque a veces las botellas se rompían por la boca dejando entrar aire, corrompiéndola. Otras, se rompían al abrirla, cayendo a su interior minúsculos y cristalinos fragmentos de botella.
Un buen día, ese buen profesor soltó un gran taco. Y desde entonces muchos niños sentían náuseas. No por el taco, sino por el olor. Y muchas botellas eran vaciadas en los servicios.
Y es que hay profesores para todo.
Eladio OSUNA.
Publicado en la edición cordobesa de El Correo de Andalucía el 17 de febrero de 1973
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