Don Antonio Cruz Conde
«Aún no me he decidido a luchar por la Alcaldía»
«Aún no me he decidido a luchar por la Alcaldía»
A la hora inoportuna del yantar, llamamos a la puerta del palacio. Y don Antonio, nos dio la primera muestra de su talante.
—¡No se preocupen, sólo tomaba un aperitivo!
(El despacho es recogido y a la vez solemne. Vitrinas con grandes cruces, condecoraciones y cintajos de colores. Libros. Y una a modo de bastonera donde, como leones rampantes, se yergue una serie impresionante de bastones de mando, con puños de floripondios y cordones dorados).
—Su nombre suena para el sillón de la alcaldía. ¿Podría usted autorizarnos a confirmar o desmentir la noticia?
(Don Antonio Cruz Conde y Conde, nariz aguileña, esbelto y resultón que se dice en términos de elegancia, destapa su caja donde guarda la dialéctica aprendida en sus años de alcalde, de presidente de la Diputación, de renunciado nombramiento a gobernador de Barcelona y hasta a algún subsecretariado).
—Cuando abandoné la Diputación cordobesa, hace tantos años, por ciertas incompatibilidades, me propuse recuperar mi sosiego, mi serenidad y el pulso de mi casa y mi hacienda. Así, al hacérseme por hombres del municipio el ruego de que cediera mi nombre para una posible candidatura a la alcaldía, agradeciéndoles su confianza, que al cabo de tantos años halaga y reconforta, no pude autorizarles a ello. Pero después "fueron otros y otros, hasta el punto de que, en cierto modo, me han hecho reconsiderar mi primer abstencionismo. Ello, no obstante, no quiere decir que esté decidido a luchar por la alcaldía. No puedo, al cabo del tiempo, adoptar una postura lúdica frente a Antonio Alarcón, al que me une la amistad y el respeto. No se conoce —todavía, en el mediodía del lunes no estaba clara y definitiva la interinidad del mandato— ni la duración ni casi el proceso por el que se elegirá el alcalde. Yo no estoy para acudir a exámenes de reválida. Sólo a sede vacante, llevado por el servicio a Córdoba y el apoyo de los concejales que insistentemente me instan podría pensar en el sillón de alcalde. Demasiados condicionantes, demasiados supuestos.
(Don Antonio es cartesiano. Metódico y esquivo Como las antiguas lampreas de nuestro río. Inaprensible. Optimista. Comunicativo y a la vez hermético. Político).
—En honor a nuestros lectores, don Antonio, le rogamos que haga uso de la imaginación. Superemos la realidad que nos presenta y juguemos a que se han dado todos los condicionantes de que nos habla. En tal premisa y sólo concesivamente, ¿cómo sería Antonio Cruz Conde alcalde?
—¿En qué sentido?
—Como administrador.
—Honesto. Pidiendo. Exigiendo. Buscando dinero. Pero realizando obras. Mostrándolas a mi pueblo. Diciéndoles: «En eso se ha convertido vuestro dinero».
—¿Hay posibilidad de que el pueblo, las barriadas, las asociaciones de cabezas de familia, tengan no sólo información, sino participación?
—La participación sólo puede venir por la información. Puertas abiertas. Sugerencias. Prometo que todo se estudiará. (Inadvertidamente el modo condicional, que dicen los gramáticos se transforma en indicativo y el tiempo de futuro hipotético en un simple futuro. Cuestiones de lingüística estructural, al fin y al cabo). En mis tiempos de alcalde, antes de los plenos y permanentes, celebrábamos los plenillos y «permanentillas». Allí se discutía ferozmente. Puertas adentro. Después, coser y cantar.
—¡Pero eso es hermetismo, don Antonio!
—En modo alguno. Cada vez cedía alguien. A la postre nada era cuestión de gabinete. El consenso no era reticente para después decir «si ya decía yo», a toro pasado. Jugábamos con la democracia que teníamos. Y a veces, en pro del pueblo, reservábamos alguna información sólo si de esta reserva se derivaba una mayor maniobrabilidad en pro de la ciudad. De todas formas les diré, a modo de anécdota, que cuando realizamos el plan de aguas, por importe, en aquel tiempo exhorbitante, de más de doscientos millones, nadie se presentó en el Ayuntamiento ni hizo ninguna
sugerencia. El salón del Pleno sólo se llenó el día que compré a La Lastra el Estadio del Arcángel por tres millones de pesetas. Así era Córdoba y los cordobeses de entonces. Hube de ir casa por casa pidiendo el 100 por 100 de la participación de los propietarios en el arreglo de calles. Y la verdad es que sólo así se pudo hacer lo que se hizo.
—¿Y el pueblo, don Antonio?
—No me gusta capitalizar lo que puede parecer demagogia. ¿Ustedes recuerdan las inundaciones terribles de Zumbacón? ¿Recuerdan los chozos de San Rafael? Allí estuvo "el alcalde. Allí llevó a los hombres de Córdoba a los que tuvo que pedir ayuda para sus hermanos más desvalidos.
—A usted se le conoce como «el alcalde de los jardines». ¿Le molesta?
—¡En absoluto! Puse todo mi empeño y mi trabajo en hacer de Córdoba una ciudad amable, limpia, envidia de Andalucía. Con la ayuda de todos. Córdoba nos exige devolverle su fachada de jardín, de almunia y huerta. Recuperar la limpieza de su río, de su aire, de su olor. Que florezcan nuestros patios y recuperé su puesto de dormitorio permanente de la primavera.
—¿Y la cultura? La sede de ciudad de la cultura que en Italia conllevan Verana y Venecia con sus bienales, sus festivales, o el Salzburgo de la música, en Austria; el Ginebra de las convenciones en Suiza, ¿no es posible recabarlo para nuestra ciudad, que a la presente se ha convertido en sede de minicongresos de pedicuros y vendedores de marketing, dicho sea con todos los respetos para los pedicuros y el marketing?
—Indudablemente, por su historia, por su geografía, por el densísimo e incopiable poso de su cultura, Córdoba merece ese puesto y un alcalde debe de luchar por conseguirlo. Pero esto no es posible sin una gran transformación no sólo de la infraestructura viaria y de servicios sino de la propia infraestructura mental de los cordobeses, en aquellos niveles que rondan con la especulación y el deterioro de nuestro auténtico entorno y habitat.
(Como conservador es un gran conservador. Hombre de derechas que, civilizadamente, admite la izquierda en el Ayuntamiento con tal de que vaya a llevar lo que representa y no a «enseñar la oreja». Hombre dialogante y dialécticamente dislocante, debe ser tan eficaz como sutil. Debe de servir con honestidad y método a Córdoba y, seguramente, a su clase. Estos informadores no pueden emitir juicios de valor. No están para eso. Y, por supuesto, nunca a priori. Con respeto nos hemos reservado nuestra libertad de crítica que don Antonio, áulico y elegante, ha aceptado. Nos hemos reservado nuestra naveta de llevar incienso y nuestros pepeteros de quemarlo. Don Antonio nos ha enseñado su mechero. El día que haga falta, juntos haremos arder y danzar el botafumeiro. Hasta entonces, mientras el carpintero con el berbiquí troquela unos taladros .para colocar un nuevo bastón de mando en su bastonera, esta es nuestra paz y nuestra palabra.
Publicado en la edición cordobesa de El Correo de Andalucía el 7 de enero de 1976
Foto propiciada por Studio Jiménez y tan vez retocada por Flores
Foto propiciada por Studio Jiménez y tan vez retocada por Flores