lunes, 25 de mayo de 2009

Un topo cordobés de la Guerra Civil


Precisamente en el Sol de España apareció en agosto de 1969 esta entrevista que, ocupando toda la contraportada fue mi primer scoop (pisotón o exclusiva en el argot)

EXCLUSIVO


FRANCISCO GARCIA
OTRO ESPAÑOL QUE ESCOGIÓ LA AUTOCONDENA

EN 1936 FUE CONCEJAL DEL AYUNTAMIENTO SOCIALISTA DE CÓRDOBA





El calor de Córdoba es in­soportable en este mes de agosto Y si a la redacción llegan noticias como esta, el desasosiego llega a su punto máximo.
Un hombre, un español, ha estado oculto en su domicilio durante 33 años, doce mil días viviendo con la psicosis del miedo. Horas de inquietud, de tedio, de deseos. Doce mil días de una vida ocupada en ocul­tarse.
Una calle, como tantas de Córdoba, ha sido el mundo de un hombre que tras la per­siana y resquicios de las ven­tanas observaba a sus seme­jantes andar alegres e indi­ferentes de unos ojos anhe­lantes de libertad, de gozar la de ser como los demás.
Me acompaña Paco Gálvez, colaborador habitual del pe­riódico, porque necesito un apoyo, un elemento de con­traste en la entrevista que voy a sostener.
En los buzones del portal no figura el nombre de don Francisco García González. Es ló­gico. Hay una escalera, a la derecha, una puerta. Llamo y una mujer me contesta que no sabe nada.
«Pregunte ahí arriba, a ver».
Arriba hay una puerta de cristales y una ar­golla para tocar una campa­nilla.

—Don Francisco no está, pero a las nueve es posible que...

A las nueve, un hombre al­to y delgado, con cierto ti­tubeo me dice:

—«Soy yo, pasen ustedes».

Una casa modesta, pero muy limpia. Una mujer está tam­bién, es doña María Luisa, hermana.

—Pero por favor. Siéntensen. En la comisaría me di­jeron que nadie vendría.
—Sí, pero ya sabe que los periódicos...

—Bueno, pero por favor no se excedan, y lo que quiero es empezar.

—Don Francisco, estamos en 1936, usted tiene 22 años, ¿qué pasa?
—El 18 de julio estalla el Movimiento, yo era concejal del Ayuntamiento socialista, y me escondo.

— ¿Por qué?
—No sé, el instinto de con­servación, el miedo, no sé, to­do eso junto.

—¿Quién le ayuda?
—Los familiares solamente.

Doña María Luisa asiente con la cabeza. Sabe muchas cosas, todo. Ella no se ha ca­sado. Sus ojos tienen el bri­llo de una entrega. Una en­trega al servicio de su her­mano. Pero no dice nada.

—¿Dónde se escondía? .
—Al principio, en una carbo­nera. Cuando venían a buscar­me me metía dentro, y ellos se iban por la puerta trasera. Mientras, mi madre, delante de la puerta cocinaba. Des­pués, tras los primeros años, ya no venían. Estaba más tran­quilo.

— ¿Sentía ganas de escapar, de irse?
— ¿De ir dónde?

Se ríe y mueve la cabeza, añade.

—Claro que sí, como todo el mundo que hubiera estado en mi situación. Esto era te­rrible, pero ya pasó.

— ¿A qué se dedicaba «ahí dentro»?
—Mi profesión es platero, y ayudaba desde esta habitación a mis hermanos. Soy orífice y hacía piezas.

— ¿Cómo pasaba las fechas entrañables, Navidad por ejem­plo?
—Con mi familia. No había nunca ningún extraño en ella.

— ¿Salió alguna vez de su escondrijo?
—Sí, la primera a los 27 años de encierro. Salí a res­pirar, porque estaba enfermo. Me vio el médico —sin saber quien era yo— y me recono­ció congestión, trastornos ner­viosos. Me recetó caminar, pa­searme. Así que estos últimos años he salido casi a diario.

—Por favor, cuéntenos su primera salida.
—Fui hasta Santa Marina, y no sabía andar. Aunque es­te piso es muy grande no estaba acostumbrado. Resumiendo que pasé por un cine cuando salía la gente y tan absorto iba a mi problema, en que no me reconociera nadie, que no oí un triciclo que venía de­trás haciendo mucho ruido. Los nenes que lo conducían se reían mucho y me llamaron sordo.

— ¿Oía la radio?
— Sí.

— ¿Qué opinión le merecía lo que oía?
—Oía sólo música, me distraía. No quería pensar en na­da del pasado.

— ¿Y la T.V?
—La primera vez que la vi, hace muchos años, en un es­caparate de una tienda. Por cierto que se veía muy mal. Era el comienzo. Después me ha ayudado mucho.

— ¿Conoce el desarrollo es­pañol?
—Sí, a través de la Pren­sa.

— ¿Por qué era usted so­cialista?
— Mire, no quiero saber na­da del pasado. Quiero empe­zar. Olvidar todo aquello. Soy apolítico. Quiero empezar y trabajar. Redimirme.

Don Francisco se emociona, se le cargan los ojos de sen­timiento, Cambio el tema.

— ¿Cómo era la juventud de entonces?
-—Diferente. La de ahora es mejor. Más feliz. Estoy muy contento. Yo lo que quiero es empezar, trabajar.
—Me sentía amigo de todos desde allí arriba, conozco a to­dos los del barrio. Ahora que estoy aquí es cuando me voy a morir. Porque tengo úlcera y todos me invitan a cerveza, y a fumar. Estoy muy conten­to y no sé cómo agradecerles todo esto.

— ¿Qué ha sido lo primero que ha hecho al darse a cono­cer?
—Pasear, sentirme libre, re­correr la ciudad despacito.

— ¿Qué le ha parecido?
—Más grande, más hermosa, no sé, más...

— ¿Conoce al alcalde de Mijas?
—Sí, por el periódico.

— ¿Por qué no se ha pre­sentado antes?
—Porque no sabía lo del de­creto.

— ¿Qué le dijeron en la co­misaría?
—Me acogieron muy bien.Yo pensé que iban a estar más secos. Tuvieron muchas aten­ciones. Estoy muy agradecido a todos.

— ¿Tiene ya su documento de identidad?
—No. Me lo están tramitan­do. Aquí tengo el resguardo, pronto me lo darán.

— ¿Qué es lo que más le ilu­siona ahora?
—Empezar. Tener trabajo, empezar a resacirme del en­cierro. Trabajar, y poder de­volverle a mi hermana todo lo que ha hecho por mí.

— ¿Qué le gustaría decir a la gente?
—Quiero pasar desapercibi­do, pero quiero también agra­decer lo bien que se están por­tando conmigo.

Este es el hombre. Su her­mana nos quiere invitar, pero denegamos porque queremos tomar una cerveza con don Francisco abajo, en el bar, en la libertad. Allí están los ve­cinos. Unos lo conocen ya, y lo reciben con cordialidad con simpatía. Otros aún no saben quién es. El sí los conoce. Pe­ro tras la persiana.
Don Francisco es un hom­bre feliz. Entre bromas nos cuenta cosas íntimas trágicas de su encierro. Pero se sien­te joven. Quiere empezar que es lo importante.

— ¡Hasta sería capaz de ca­sarme! Pero lo veo difícil por­que no me gustan las de mi edad. Y las jovencitas no son para mí.

Un hombre ha nacido a la vida. Una hermana se siente feliz. Un ser humano que bus­ca desesperadamente trabajo, porque quiere vivir honrada­mente. Rendir. Es un hombre que vuelve a la sociedad de donde salió un día, y hay que hacerle sitio. Porque tiene que vivir. Porque tiene derecho a vivir como los demás. Porque ya es de los demás.

Eladio OSUNA


Publicado en el Sol de España el 26 de agosto de 1969