viernes, 1 de julio de 2011

Teoría del perol cordobés

Juan Latino es el seudónimo que el periodista del CORDOBA, Manuel Medina González, usaba en sus colaboraciones en El Correo de Andalucía. Tenía valor para hacerlo ya que El Correo no era bien visto en las esferas del Movimiento. Y el tema de hoy, sí que no pasa la prueba del tiempo

TEORIA Y PRÁCTICA DE UN “PEROL” CORDOBÉS
Por Juan  LATINO
UNA de las cosas que más gustan en Córdoba es, sin lugar a dudas, tomar parte en un «perol», palabra ésta cordobesísima y que   hay que interpretarla cuando el .«perol» está en su punto, pues se trata de comida hecha, sazonada y engullida en plena intemperíe campestre. No es lo mismo ir a un "perol", que pasar un día de campo, en el que también se va a comer y a pasarlo al aire libre, salutífero siempre, ya que todavía en la campiña, lejos del pueblo, y más en lo alto de la sierra, no existen poluciones contaminadoras.

La organización del “perol” es bien simple. Basta la reunión de  un con junto de amigos y compañeros todos ellos pertenecientes a la misma «peña», para que, en un momento de inspiración vínica, se pongan de acuerdo, contribuyan con las pesetas necesarias y señalen la fecha del «perol», es decir, de la celebración del mismo. Resulta algo solemne la propia compra de los alimentos condumiables, pues éstos tienen que ser discutidos, seleccionados y revisados, porque, realmente, los tenderos suelen, si no es amigo, dar gato por liebre.
Los perolistas suelen ser hombres bien avenidos, de ideas afines, de gustos semejantes y siempre deseosos de pasar un día en  plena libertad de movimiento, de boca, de garganta y de lengua.  Precisamente, en un «perol» auténtico no van hembras, pues que el llamado libre «albedrío» se distorsionaría y provocaría enfados, celos, reservas mentales, etc. De ahí que el perolismo sea «sólo para hombres». No se crea que en el «perol» va a haber discusiones políticas. Ni siquiera surgirá la charla taurina. Tampoco el chismorreo local y mucho menos el «meterse» nadie con su propia suegra.

Al «perol» se va a pasarlo como lo pasaría un romano en tiempos de Nerón y Calígula, que fueron los que organizaban «peroles»  cortesanos realmente mitológicos en los que hasta el mismo Baco,  Eros, Apolo, Venus y Juno, con permiso de Júpiter, intervenían olímpicamente. Claro que el «perol» cordobés de hoy es bien modesto y  está pasado por las redes del Pedro el Pescador, lo que lo hace honesto, sugestivo y apetitoso. No obstante, es preciso que el perolista tenga el estómago en condiciones de digerir los alimentos que en el «perol» se hacen. Y beber sin regenteo cuanto vino se pueda, no pensando nunca en imitar a los
«perolistas» franceses Gargantúa y Pantagruel.'

No es el beber y el comer, siendo tan importante en tal ocasión, lo que da al «perol» características de comida en el campo, sino que también la amistad y el compañerismo es nutrición fundamental de una reunión de perolistas cordobeses. La amistad crea una confianza absoluta, da paso a la cordialidad y hace brotar la risa. El buen humor es la nota que distingue al «perol» perfecto. Yo he asistido a algunos «peroles» identificándome con cada uno de los participantes, y sé que para que transcurra todo en un ambiente de libre calor humano es necesario que se olvide cuanto en la vida ordinaria, de familia, oficio, situación económica, ideas personales, etc., es constante preocupación.

Estar despreocupado es lo que hace del perolísta un hombre íntegramente libre y humano. Naturalmente, durante el tiempo en que se celebra el «perol», porque antes y después no son las cosas nada fáciles ni agradables. Pero reunidos en un paraje escogido de la campiña o la sierra es otra cosa. Allí se puede gritar a pleno pulmón, aún con mejores alientos y talante que en un estadio. Se recorren llanos -y montes, se moja uno los pies en algún arroyo, si lo hay. Busca ramajos para encender la hoguera, el fuego que servirá para hacer la comida, operación ésta que los perolistas realizan tras unos tragos de vino. El que actúa de cocinero viene a ser el jefe del clan perolístico, quien siempre tiene un lugarteniente con oficio de «pinche». Antes de comer lo que es fundamento del «perol»: cordero asado, pollo con salsa, «paella», se ensaya «la comedia» con unos vasos de vino, rodajas de salchichón o chorizo, aceitunas. Y será cuando el jefe de cocina da unos toques a una sartén con un cazo para que, los perolistas, cuchara en mano, acometan el humeante alimento.

Es la hora del regocijo desbordante, de los dichos más ingeniosos y los chistes más chocantes y picarescos; las coplas y copletas de agudeza sexual; las sátiras quevedescas sobre gente conocida. Hay perolistas que saben más que Briján, que tuvo que ser (mi abuela me hablaba de él) un discípulo de Merlín, por cuanto hace brotar de sus labios sentencias y romances que hacen referencia del mucho comer, del beber sin descanso y, naturalmente, del amar, pero dicho con palabra vulgarísima e inadmisible en las esferas donde brilla y miente la llamada buena sociedad. Cuando el «perol» llega a su apoteosis es el momento de la broma, del probar que la libertad entre amigos vale un imperio, que lo que el hombre tiene de humano queda al desnudo y la sinceridad crea un clima cordial propicio a la carcajada, pues está probado que sólo es el hombre «un animal que ríe».

Finaliza el «perol». Los perolistas descansan de comer y beber. Se recuestan sobre la hierba, debajo de árboles; algunos dan una cabezadita; otros buscan un pozo, una fuente, un arroyo. Tal vez haya alguien que saque un libro para leer. O el periódico local, porque es bueno estar enterado del movimiento demográfico, de quien murió ayer, Quienes se casaron como Dios manda. Y de los sucesos más recientes. La jornada no termina sin algún que otro bromazo y tizne en la cara de alguno de los perolistas. Jornada en la que ciertos
principios populares de libertad y amistad se ponen de relieve. Una fiesta en la que la mujer no cabe, porque también hay el criterio, dicen que muy árabe, de que la mujer está mejor en su casa y en su cocina para cuando llegue el hombre que la tiene presa.—J.   L.

Publicado en la edición cordobesa de El Correo de Andalucía el 8 de octubre de 1972
Foto tomada de cordobapedia

3 comentarios:

Paco Muñoz dijo...

Eladio es muy preciso, pero del año 72. En la platería los peroles eran siempre los lunes, se entraba al trabajo y con que uno dijera que día tan bueno hace hoy, ya se ponía en marcha la operación. Cada uno se ocupaba de una cosa y con los bártulos al lugar elegido, bien Cañito Bazán, Palomera, Fuente de los Mártires, Linares, Pedroches, etc. Peroles los había de todo tipo, pobres y ricos, mayormente pobres. Unas sardinas y el arroz, con la guarnición simple de pollo normalmente o cerdo. Eso de gambas era de señoritos. Y vino. Luego estaban las variantes culinarias del cocinero, que dibuja muy bien el articulista. El dueño del cotarro. Nadie le tosía. Siempre tenía un estilo. Al final cuchará y paso atrás. Y las felicitaciones de que le había salido muy bien, pero el de hace dos lunes me gustó más. Recoger y hasta el próximo lunes.

Jana la de la niebla dijo...

Qué vida, Eladio; y para colmo me parece que las cosas, por mucho que parezcan haber cambiado, siguen igual (¿o peor?) para las mujeres: ahora somos esclavas fuera de casa, seguimos siéndolo dentro y hasta los hijos nos tiranizan, como ya no se puede ni dar un par de tortas en el trasero... En fin, por lo menos ya sí que vamos a los peroles.
Un abrazo.

Eladio Osuna dijo...

Paco: ahora parece que puedo dejar comentarios cambiando simplemente de navegador. Aprovecho poara comentarte sobre ese ritual del perol ue subunmios un grupo de amigos a echar un perolete al Carril de la Huerta de los Arcos ¿te acuerdas de aquella parada de autbús? y despues subimos un poco mas hacia El Cerrillo. Entre unas cosas y otras nos dieron las cinco para guisar. Cuando el arroz estuvo, resultó ue ya estaba anocheciendo, asi que decididmos taparlo y bajat rápido hacia el Carril y comernolos allí mientras llegaba el autobús. Arévalo, el gracioso de turno no se lke ocurrió otra cosa que echar disumuladamente el tapón de corcho de la garrafilla del vino -úniuca bebida de aquella época- en el guiso. Con el hambre que teniamos a aquella hora y la oscuridad, la verdad es que no quedó ni un grano de arroz tras aquel trasiego de cucharón y paso atrás. Y verdad es que nadie se quejó de que alguna tajada estuviera dura. ¡Que buena hambre!
Y a ti Jana ¿qué trabajo ha costadoi esa incorporación de la mujer a la peña, a la reunión, a la salida! Pero por fin ahí estaías, con dos chilinbdrones. Una abrazo