sábado, 28 de abril de 2012

Antonio Uceda consiguió, en aquel año de dudas y tanteos, que Carmelo Casaño escibiera unos elaborados artículos ilustrados por una gran foto de Pepe Jiménez. Se trataba de buscar nuevas firmas que enriquecieran el limitado panorama de los articulistas locales y oficialistas. Recuerdo que Carmelo entregaba sus artículos escritos a mano en una caligrafía amanuense. Ojalá se hayan conservado en algún archivo
Los girasoles

Dicen que hasta el último tercio del XVIII ---entonces hicieron falta dos decretos para tratar de convencer a nuestros hidalgos de que podían trabajar sin perder la hidalguía—, los españoles fuimos como las espadas de Toledo: nos partíamos, pero no nos doblábamos. Pero esta concepción calderoniana comenzó a ceder cuando los libros de los enciclopedistas y los vientos revolucionarios saltaron los Pirineos; con los nuevos tiempos periclitaron "las formas que vuelan" y se llegó a la hegemonía de los electrodomésticos. A partir de esta nueva tiranía, se acabaron los aceros que, según tradición, adquirían su temple en aguas del Tajo, y se hicieron inservibles como imagen de la altivez. Y de la misma forma como, a veces, las cañas se vuelven lanzas, las espadas se tornaron girasoles: dóciles y sumisos girasoles de cara satisfecha y redonda, como hogazas que van a asistir a un baile de disfraces, o que se acicalan para con traje de ceremonia "hincar la rodilla al poderoso".
Los girasoles, como su nombre indica, no tienen otra función que ser leales a su tropismo: girar, doblarse, torcerse, retorcerse, doblegarse al sol que más calienta. El caso es que, en los últimos tiempos, casi todos los campos se han llenado de esta flor tornadiza y, apenas se dejan a la espalda los suburbios, empiezan los sembrados de girasoles, que semejan hileras de disciplinados gimnastas que miran a derecha e izquierda, según lo indica el silbato del monitor; que parecen cortesanos haciendo el rendibú para obtener la bicoca.
El girasol no es la espada que se partía, es la fruta de los probabilismos, del "sí, pero", que anda siempre jugando a la adivinanza de quiénes serán triunfadores para regarlos de adulación. Siempre en rotación sobre su tallo, con la cabeza torcida como marionetas, asisten sonriendo estúpidamente al crepúsculo de las ideologías tras sustituirlos por el pragmatismo del "ande yo caliente..." ¡Cualquiera se fía de un girasol!
El girasol, aunque parezca paradójico, es. una planta que ha perdido la fe.-

--C.Foto: STUDIO-JIMENEZ. Córdoba

Publicado en la edición cordobesa de El Correo de Andalucía el 22 de septiembre de 1974